La estación
El sonido de voces desconocidas se entremezclaba con la cantinela de la megafonía, y el traqueteo de las ruedas de las maletas que se desplazaban a toda velocidad por los andenes.
Mientras esperaba la salida de su tren, Lucía jugueteaba pensativa con un precioso anillo de oro que adornaba el dedo anular de su mano izquierda.
En pocas horas, uno de aquellos vagones, acercaría su futuro hasta transformarlo en realidad, en presente.
Siempre pensó que sus padres rechazarían su relación con Ernesto, por su diferencia de edad, su prometido era catorce años mayor que ella, y por que su condición de divorciado.
Pero sus progenitores apreciaban más sus virtudes, su apellido, su estudio de arquitectura en la capital, el círculo social en el que se movía, la influencia de su familia, que sus defectos.
Lucía amaba a Ernesto y él la adoraba, sus ojos, sus gestos y sus palabras no dejaban de demostrar la admiración que sentía por ella. Le gustaba cuidarla y protegerla, hasta la obsesión. En ocasiones, tanta devoción hacía que Lucía se sintiese como una frágil copa de cristal capaz de romperse al mínimo roce.
El sonido por megafonía anunciando la salida de su tren, hizo a la muchacha regresar de sus pensamientos.
Con calma recogió sus dos maletas del suelo, y subió al tren.
En la puerta de entrada al vagón, Lucía cedió el paso a una mujer mayor, de caminar seguro y resuelto. En agradecimiento, la desconocida le regaló una sonrisa franca y sincera. Sin poder evitarlo, Lucía fijó sus ojos en el rostro plagado de arrugas de su compañera de viaje y trató de imaginar, las vivencias, las alegrías o el sufrimiento, que habían marcado aquellos caminos en su piel.
Tras comprobar aquel mapa irrepetible de una vida intensa, Lucía viajó a su futuro y se contempló en la casa de Ernesto, rodeada de tranquilidad, de calma y sin una sola arruga que marcase en su rostro las experiencias de su propia existencia.
Mientras caminaba por el andén agarrada con fuerza a sus dos maletas, Lucía escuchó como el sonido de su tren se alejaba portando, como único viajero en su asiento, un pequeño anillo de oro, que viajaba a reencontrarse con su dueño en señal de despedida.