miércoles, 26 de junio de 2013

Este jueves; candidata



Soy candidata a soñadora, a buscadora de historias, a rastreadora de ideas. Soy candidata a pescadora de nubes, a manipuladora de vidas, a creadora de mundos imaginarios. Soy candidata a vivir mil vidas, a viajar a mil lugares, a disfrutar de mil aventuras. Soy candidata a sufrir por mis protagonistas, a disfrutar con sus logros. Soy candidata a mecer mis dedos por las teclas negras con desespero, hasta lograr extraer la frase perfecta que se encierra en mi cabeza.

Soy candidata a lectora voraz y a aprendiz de escritora.


jueves, 13 de junio de 2013

Primer capítulo de Buenos días



Miriam 

Dios mío, qué dolor. No puedo soportarlo. Que alguien me ayude, mi cuerpo no responde, quiero gritar pero los sonidos se resisten a transformarse en palabras. ¿Qué me ocurre? Miles de cuchillos atraviesan mis entrañas sin compadecerse un segundo ante mis lágrimas. 

Quizás Paula tenía razón y tomar aquellas pastillas no fue tan buena idea. Pero ¿qué otra opción me ofrecía la vida? No podía tener otro bebé, ni siquiera sé dónde está Junior, lo alejaron de mí, me acusaron de ser una mala madre, de no cuidarlo, de no preocuparme por él. Mintieron, yo adoro a mi pequeño, sus manitas, sus dientecitos recién estrenados, sus rizos negros y brillantes que apartaba con un simpático soplido para arrancarme una sonrisa... Le echo tanto de menos... Admito que en ocasiones me sentía tan cansada que me olvidaba un poco de su existencia, aunque no ocurría siempre. No me quieren decir cómo es la familia que se lo llevó; si es feliz, si se acuerda de mí. Esa maldita trabajadora social me obliga a renunciar a mi propia carne y sangre. ¿Quién es ella para tomar esa decisión?, ¿acaso tiene hijos?, ¿sabe lo duro que es criarlos sola, sin familia, sin padre, sin amigos?, ¿cómo se atreve a juzgarme? 

Cuando descubrí que me encontraba embarazada de nuevo, no puede evitar preguntarme qué sentido tiene traer otra criatura a este mundo. Si soy mala mamá para Junior, lo seré también para el pequeño que se encuentra en camino. Ni siquiera sé quién es el padre, tampoco creo que conocer su identidad me ayudase demasiado, ¿qué podría exigirle?, ¿que cuidase del bebé y de mí...?, nadie se haría cargo del hijo de una fulana; cuando un hombre busca a una muchacha como yo, sólo pretende pasar un buen rato sin consecuencias, para eso ya tiene a su mujer o a su novia. Los finales felices en estas ocasiones sólo se producen en las telenovelas, nunca en la vida real. 

Debo abrir los ojos y pedir ayuda... Si sigo tirada en el suelo, me moriré aquí... 

Ésta no es mi habitación, ni ésta es mi cama, ¿dónde me encuentro?; el olor me resulta familiar, me recuerda la llegada al país, durante meses pasó a formar parte de mi vida, mis manos, mi pelo, mi ropa rezumaban este tufillo que me dañaba el estómago, imposible confundirlo, me encuentro en el hospital. ¿Cómo?, ¿quién me ha traído aquí? ¿Pablo? No, es muy orgulloso, no le gusta que le contradigan y mucho menos que no complazcan sus deseos, y anoche se fue sin lo que buscaba. 

¿Mi madre, mis hermanos...? De los seis, Paula es a la única a la que podría importarle que yo viviese o muriese. Sólo somos hermanos de padre, cuatro hembras y dos varones, que yo sepa, porque mi padre no se caracteriza por su fidelidad, más bien todo lo contrario; además de con mi madre ha convivido con otras tres mujeres; a las que, una vez conseguido lo que quería: sexo, dinero o contactos, maltrataba y abandonaba. Carlos..., sólo pensar en él me provoca una oleada de sentimientos que me marean; yo era su hija favorita, lo repetía una y otra vez, aunque nunca se lo escuché estando sereno, sano y mirándome a la cara, eso da suficientes pistas para pensar que mentía. 

En una ocasión me atreví a preguntar a Paula, la única de mis hermanastras con las que mantengo contacto, si a ella también se lo decía; algo en mi interior conocía la respuesta, pero necesitaba oírla. Mi hermana apenas recordaba retazos de la convivencia con nuestro padre, los años pasados con él pertenecían a un tiempo que trataba de olvidar sin poder conseguirlo. Su memoria no guardaba situaciones en las que Carlos ejerciese con ella o con sus hermanos como un verdadero padre, él los ignoraba, apenas les miraba y mucho menos les hablaba directamente. 

Su madre les advirtió, desde que tenían uso de razón para poder comprenderla, que jamás creyesen nada de lo que su padre les decía, que cerrasen sus oídos y su corazón a cualquier palabra amable que saliese de los labios de aquel hombre; les exigía que le contasen todo lo que proviniese de la boca de su padre y ellas, que adoraban a aquella mujer, obedecían sin cuestionar lo que ocurría en su peculiar familia. 

Qué inteligente y fuerte es Paula, si yo fuese como ella no me encontraría en esta situación, podría sobrevivir como una muchachita más, disfrutaría una existencia moderadamente feliz. Si no hubiera cedido a las peticiones de Carlos, quizás mi vida transcurriría de distinta forma... ¡No!, ¿cómo puedo siquiera pensar en ello como una hipótesis?, por supuesto que sería distinta, y me atrevo a vaticinar que mi futuro me pertenecería, podría soñar con alcanzar una felicidad que se me negó desde que nací. 

Mi madre jamás permitiría que ningún deseo de su esposo quedase sin cumplirse. El resto de las mujeres de mi padre eran mucho más listas que mi madre; ella siempre lo recibía en casa cuando se cansaba de sus correrías o se encontraba peor de su enfermedad; siempre estaba a su lado en las recaídas, se pasaba semanas y meses durmiendo en un sofá, a su lado, le daba igual si una vez recuperado desaparecía sin darle ni las gracias, llevándose el poco dinero que ella conseguía ganar cosiendo. A él no le importaba nada, y a ella sólo le dolía tener su cama vacía. Nunca la vi sonreír si no era con él y para él; su risa, su cariño, sus mimos se reservaban en exclusividad para su amado esposo. 

Estoy mintiendo, lo hago en muchas ocasiones, mentirme a mí misma se ha convertido, con el paso del tiempo, en la única forma de sobrevivir a mi familia y a mi propia vida. Miento al decir que todas sus sonrisas le pertenecían a él, porque me da vergüenza reconocer la verdad, su cara se iluminó en una ocasión sin que aquella mueca buscase complacer a mi padre, y me asusté al comprobar cómo era en realidad la mujer que me llevó en sus entrañas. 

Cuando apenas tenía yo seis años, mi padre sufrió una grave crisis en su enfermedad. Como siempre, él reclamó a mi madre a su lado para cuidarle, Altagracia corrió al hospital a ocupar el sitio que según ella le correspondía como esposa. Lo cierto es que esto era falso, mis padres jamás se casaron. Carlos nunca quiso; ella se lo exigió en muchas ocasiones, pero él conseguía engatusarla con falsas promesas, aplazando un compromiso que no deseaba contraer, su soltería era un bien muy preciado para un hombre que presumía de sus conquistas con cualquiera que quisiera escucharle. 

Cuando mi padre llevaba ingresado un mes, el médico pidió a mi madre que pasase a su despacho y, como no tenía con quién dejarme, la acompañé. Apenas llevaba dos semanas en España y Altagracia y Carlos eran para mí dos completos desconocidos. Yo no quería vivir en este país, deseaba con todas mis fuerzas regresar junto a mi abuela y refugiarme en sus fuertes y negros brazos; pero era demasiado pequeña para sugerir dónde deseaba crecer, jamás me atreví a contar nada a mis padres, de todos modos a ellos no les importaba lo más mínimo mis sentimientos. Los adultos nunca son conscientes de la sensibilidad que tiene un niño de seis años ni de cómo le afectan y le marcan los sucesos de su infancia y ocasionan en su vida adulta la toma de decisiones erróneas. 

Al entrar en aquel cuartucho sin ventana, mi corazón comenzó a sonar tan fuerte que miré hacia mi madre sin comprender que ella no lo escuchase también; pero esa tarde su mente albergaba un único pensamiento y no era yo. El ambiente era asfixiante, la falta de luz natural y la acumulación de libros en las estanterías me agobiaron, permanecí apoyada en la puerta, con una mano sujetando la manilla, necesitando sentir cerca la salida. Mientras a mí me costaba respirar, aquel joven doctor de ojos claros trataba de suavizar la información, posiblemente mi padre no pudiese volver a caminar, aquella siniestra enfermedad que se repetía cíclicamente había alcanzado la médula y los médicos creían que el daño provocado era irreversible. ¿Qué significa irreversible?, preguntó mi madre con aquel marcado acento de dominicana recién llegada que ella forzaba en las situaciones en la que deseaba dar lástima. Que si se confirma lo que sospechamos —respondió el médico— no podremos hacer nada por él, sus piernas dejarán de funcionar… ¿Entiende lo que le estoy diciendo? La pregunta se debía a la sonrisa llena de felicidad que devolvía a la cara de mi madre toda la belleza y alegría que poseía en su juventud. Altagracia se levantó, estrechó la mano del médico y le agradeció su atención; se giró, me cogió la mano y sin dejar de sonreír abrió la puerta y nos dirigimos a la habitación de mi padre. Sólo yo sabía lo que pasaba por su cabeza: si mi padre no volvía a caminar, seguiría a su lado; no más mujeres, no más hijos, no más viajes, no más negocios. Es tan difícil de entender ese amor, o esa dependencia, o esa obsesión... 

Cuando mi padre estaba fuera, nuestra vida era tranquila; yo iba al colegio, ella cosía y por las tardes dábamos largos paseos o visitábamos a algún compatriota para soñar con las playas, la música y la comida de nuestro país. Aunque mi madre renunciase a todo ello por amor al seguir a Carlos hasta España, no podía evitar añorar los olores y los sabores de su infancia. Ella no lo reconocería, y mucho menos me lo diría a mí; pero sé que su mente soñaba con volver a su tierra, deseaba trasladarse allí. Sabía que Carlos no la acompañaría, él odiaba su pasado, sus recuerdos y todo lo que le recordaba sus orígenes humildes. 

El regreso de mi padre solía estar acompañado de gritos, reproches, lágrimas. No permitía que nadie se relacionara con nosotras, desconfiaba de todo y de todos, algo lógico con los negocios de los que obtenía su dinero. Digo bien al recalcar “su dinero”, ya que mi madre y yo no disponíamos más que de las migajas que él consideraba que nos merecíamos. 

El miedo y la angustia se acostaban conmigo todas las noches y me despertaban todas las mañanas; yo no quería dormir sola y su presencia en la casa me alejaba de la cama de mi madre. Odiaba abrir los ojos por la mañana y no tener a nadie a mi alrededor, este miedo a despertar sola me lleva en demasiadas ocasiones a compartir cama con cualquiera. 

Los errores de muchas noches me han demostrado que acostarse con alguien no garantiza tener un hombro en el que reposar al alba. Demasiados amaneceres buscando al compañero que ya no está han trasformado mis despertares en una lucha constante; sentirme sola, abandonada y sin fuerzas para encarar un nuevo día, con todo el dolor que conlleva, se transformó en una batalla que deseaba ganar pero que en ocasiones me podía. Yo les daba lo que querían, ellos a mí no. Deseaba a alguien a mi lado por la mañana que no me dejase pensar, sin conseguirlo. Buscaba la seguridad que sólo unos brazos me dieron en toda mi corta vida, unos brazos que me hicieran sentirme querida, segura y protegida, que velaran por mi sueño y por mi despertar, ofreciéndome su calor sin pedir nada a cambio. 


Otra vez este dolor ¡Por favor, que alguien me ayude! ¿Estaré muerta?, ¿los muertos no dejan de sufrir? 

La enfermera me observa con tristeza. ¿Qué pensará? No me gusta que la gente sienta lástima de mí, lo odio, ¿qué sabe de mi vida?, ¿quién puede juzgarme? Supongo que para ella no soy más que otro inmigrante sin principios que no quiere trabajar y se dedica a ganarse la vida de la forma más fácil posible. ¿Fácil? Si ella supiera, tengo 17 años, un hijo de 2 años y medio al que nunca podré volver a ver, una madre incapaz de quererme y un padre incapaz de respetarme. Y lo más triste de todo es que yo no vendo mi cuerpo, me lo venden. 

Presiento que voy a morir, hace meses que lo siento y no me asusta; al contrario, me produce un gran alivio. No tengo fuerzas para cambiar mi vida, ni para luchar contra lo que me rodea, soy débil y cobarde y sé que 
no moriré de vieja, tranquila en mi cama rodeada de hijos y nietos. Repito que no me importa, sólo lo siento por mi abuela Mamma, la madre de mi padre, la única persona del mundo a la que le importo; bueno, le importaba, hace años que ha borrado de su mente todo y a todos, quizás si la hubiésemos traído a España con nosotros..., los médicos y las medicinas de aquí…; pero para qué pensar en ello, mi padre jamás nos dejó gastar dinero en un pasaje para ella, y aún menos en medicinas. En el fondo sabe tan bien como yo que él y mi madre son los causantes de la enfermedad de Mamma; me separaron de ella sin que les importase lo que nosotras queríamos, son unos egoístas, lo único que buscan es su propio beneficio. 

Cuando mi madre se vino a vivir aquí —por supuesto siguiendo a mi padre, que la abandonó por una muchacha de 16 años, él ya tenía 28—, me dejó en nuestro pueblo al cuidado de Mamma. Yo apenas contaba 2 años y viví con ella hasta los 6, cuando mis padres se reconciliaron. Mi padre sufrió una grave recaída de su enfermedad y, para tener contenta a mi madre y que lo cuidase, me mandó traer. Fue una especie de regalo, desde luego que no para mí, porque desde ese momento mi vida está rota. 

Lo más triste de toda esta historia es que ninguno de los dos me quería a su lado, mi madre pensaba que era lo que mi padre deseaba y siempre lo complace en todo, aunque para Altagracia yo suponía una carga que no necesitaba tener cerca. En el caso de Carlos, fingió un cariño por mí que ni mucho menos me profesaba, para que mi madre lo cuidase creando a su alrededor la imagen de familia feliz; o al menos eso es lo que yo pienso, por supuesto que jamás se lo pregunté a ninguno de los dos. 

Sueño con regresar a mi pueblo, recorrer sus calles estrechas y retorcidas, levantadas por los propios vecinos, volver a deslizarme por la playa o sentarme a contemplar el trabajo de los hombres en el muelle. 

Son deseos que necesito cumplir antes de dejar este mundo horrible en el que vivo. 

Mamma se ganaba la vida cosiendo, oficio que transmitió a mi madre y que nos ha permitido comer durante muchos años. Era una artista; era y es, porque después de tantos años sus manos no precisan de su cabeza para descifrar el trabajo que han de realizar, se dirigen solas elaborando complicados bordados en los cuales expresar todo el dolor que la invade y que la alejó del mundo años atrás. Su don es conocido en toda la región, las gentes de los pueblos cercanos acuden a comprar sus labores, atraídas por su fama. Con el dinero obtenido, la gente de la aldea le compra la comida, que luego cocinan y se la llevan. Entre todos la cuidan para que pueda seguir en su casa y morir tranquila, nuestro pueblo es una gran familia unida que se une para cuidarse en los momentos complicados. 

Los años que pasé con ella fueron los mejores de mi corta vida, permanecía todo el tiempo pegada a su falda. Durante el día, mientras ella cosía, yo jugaba a su alrededor sin perderla de vista ni un momento, escuchando sus canciones infantiles y sus adivinanzas; le encantaban, retaba a sus vecinos a inventarlas y poner a prueba su imaginación. En ocasiones pasaba semanas enteras dando vueltas a una de ellas hasta encontrar la respuesta. Qué orgullosa se sentía al conseguirlo; ella, que nunca había aprendido a leer ni escribir, se permitía el capricho de demostrar su inteligencia a sus convecinos, valorando como una hazaña cada uno de sus aciertos. Era feliz, y yo con ella. Por las noches, más largas de lo normal por falta de luz eléctrica, nos acurrucábamos juntas en la cama y me relataba cuentos de su infancia hasta quedarme dormida escondida bajo los pliegues de aquel inmenso cuerpo negro. Al amanecer, sus manos grandes y callosas me despertaban acariciándome el pelo suavemente mientras una melodía sin letra brotaba de sus labios, que posados en mi frente me deseaban buenos días. 

¡Cómo la echo de menos! En su cama, entre sus manos, jamás tuve miedo. No comíamos todos los días, en ocasiones pasábamos frío y mi ropa era vieja y recosida mil veces por ella, pero éramos felices juntas. Sé que al marcharme su corazón se rompió y prefirió olvidarlo todo que sufrir el dolor de mi ausencia. Jamás perdonaré a mis padres por ello. Sus egoísmos destrozaron dos vidas. 

¿Y mi bebé? No había vuelto a pensar en ello, ni siquiera recuerdo quién me vendió las pastillas; creo que las compraron a una mujer que las ofrecía por Internet y que garantizaba un éxito seguro. ¿Seguro para qué? Para morir de dolores sí. Ni siquiera me planteé la posibilidad de que no funcionaran. ¿Que pasaría entonces, cómo nacería? No podía nacer, eso seguro. Lo intenté todo, pero nada funcionó; incluso la semana anterior traté de introducirme una aguja de punto para provocar el aborto, pero el dolor no me permitió llevar la idea hasta el final, me desmayé antes. Lo de las píldoras fue idea de una de las chicas del club, se suponía que conocía a alguien que las había usado sin problemas. Empiezo a dudar que fuera cierto, pero estaba tan desesperada y tan enfadada que pensé que no era mala idea, ¿qué podía perder? ¿La vida? 

Mi hermana Paula trató de convencerme, me suplicó que lo tuviese, que ella se haría cargo, se lo llevaría y cuidaría de él como si fuera suyo. Siempre pienso en que es él, nunca en “ella”, la vida es tan desalmada para las mujeres que me niego a traer una más a este mundo para que sufra. Paula estuvo a punto de convencerme, pasaríamos los últimos meses de embarazo lejos de nuestro padre, su idea era mentirle para que pensara que viajábamos a visitar a la abuela Mamma y después quedarnos en cualquier ciudad de España hasta que naciera el pequeño. Era importante que el parto fuese aquí, por el tema de los papeles; al regreso diríamos que el bebé era suyo y se lo llevaría a su casa con su madre y su padrastro, sabía que la aceptarían y que cuidarían bien de los dos. 

La madre de Paula se había casado con un español bien situado económicamente, que aceptó de buen grado a la familia que ella aportaba, mis hermanas mellizas Paula y Zaira y mi hermano pequeño Madison. No sé por qué me empeño en usar la palabra hermano cuando pienso en ellos, supongo que me siento menos sola al pensar así, aunque sé que Zaira y Madison no quieren conocerme. Paula intentó que nos reuniésemos una tarde, y ellos se negaron; los quiero, me siento unida a ellos por el mismo dolor, el mismo miedo y el mismo rechazo hacia nuestro padre. 

Al casarse con Aristea, así se llama la madre de Paula, su marido le impuso una única condición, que los muchachos no volviesen a ver a su padre biológico, él les daría sus apellidos y legalmente sería su padre. Aristea aceptó de buen grado y con esa decisión salvo la vida de sus hijos. Nuestro padre es un ser dañino, se aprovecha de todos los que le rodean, les exprime la energía hasta dejarlos vacíos y sin fuerzas, nadie que viva cerca de él escapa sin daño. 

Paula se parece mucho a mí, y eso a veces me asusta; no quiero mi vida para nadie y menos para ella. No nos criamos juntas, apenas hace unos años que descubrimos la existencia una de la otra; aun así la protegeré como pueda de nuestro padre, de nuestro mundo y de ella misma si es necesario. 

Su obsesión por el pasado, por conocer nuestra historia, se puede volver contra ella. En ocasiones es mejor no saber, no pensar y no sentir; las respuestas que con tanta urgencia pedimos pueden destrozarnos por dentro y obligarnos a convivir con ellas. Yo estoy pagando con mi dolor el saber demasiado, no quiero que a Paula le suceda lo mismo. 

Vivimos en España para alcanzar un futuro mejor que en nuestro país, pero de poco nos sirven las oportunidades de aquí si nuestra mente está al otro lado de un gran océano, haciendo preguntas sin respuesta. Sé que Paula sospecha la verdad sobre su madre, sobre nuestro padre, sobre 

mí. Podría confirmárselo, ¿de qué le serviría?, ¿para que dañarla con algo que pertenece al pasado y que no se puede cambiar? 

Prometo hablarle de Clara, la única mujer con la que nuestro querido padre se casó; todo tiene una explicación, es española y le podía proporcionar una nacionalidad que él deseaba desde hacía tiempo, y que se le negaba al no tener un oficio reconocido. Se lo contaré sólo por un motivo: Juan y Marta, nuestros hermanos. Paula no me perdonaría que le ocultase la existencia de esos muchachos. Poco sé de ellos y de su madre, hace años que aprendí a no preguntar, bastante complicada es mi existencia como para buscar sin necesidad nuevos frentes de lucha. 

Cuando mi madre supo que yo estaba embarazada, se volvió loca. Jamás la había visto así; me insultó, me pegó, rompió todo lo que se puso en su camino y decidió que no se ocuparía ni de mí ni de mi hijo. Yo estaba muerta de miedo, no sabía qué podía llegar a hacer en ese estado de rabia. Me arrastró hasta el despacho de la trabajadora social dispuesta a olvidarme en cualquier lugar que ella le ofreciese, y lo hubiese hecho sin volver a pensar en mí, ni en su nieto, si la vida no fuese tan retorcida y jugase tanto con nosotros. Mientras me buscaban una plaza en algún centro de acogida, recibimos una visita inesperada que obligó a mi madre a modificar sus planes. 

Nos encontrábamos en casa cenando cuando llamaron a la puerta, mi madre se levantó y abrió esperando encontrarse a alguno de los amigos de mi padre tratando de comer gratis, como en muchas otras noches. La imagen con la que se topó era muy diferente, una muchacha joven de pelo largo y rubio se encontraba ante su puerta sujetando a dos bebés de piel oscura y pelo ensortijado. Supongo que mi madre se dio cuenta de lo que la joven buscaba, aunque prefirió someterla a la mayor humillación posible, obligándola a contar su historia y a suplicarle ayuda para encontrar a Carlos. 

Se llamaba Clara y estaba buscando a su marido y padre de sus hijos, que según sabía vivía en aquella casa. Exigió a mi madre que no mintiese, ya que hacía varios días que espiaba a Carlos al sospechar que sus disculpas para ausentarse de casa eran mentira, y no por un trabajo imaginario que le obligaba a viajar constantemente. Sus dudas, miedos y temores la empujaron a seguirle y a descubrir que en la vida de su marido existía otra mujer y otra hija. Acudía en su busca esperando una explicación y una responsabilidad hacia ella y sus pequeños. Pobre ilusa, qué poco conocía a Carlos. 

Altagracia escuchó pacientemente la historia de la muchacha, sin que su rostro demostrase el más mínimo signo de sorpresa. Cuando Clara finalizó, mi madre la miró a los ojos y sin el más insignificante atisbo de empatía arrojó sobre la pobre muchacha todo el veneno que llevaba acumulado en sus venas después de tantos años de desplantes por parte de Carlos; ni siquiera se compadeció de los bebés que la miraban con sus pequeñas caritas contraídas por el miedo. Fue una escena horrible; yo la escuchaba desde la cocina, consciente de que nadie se merecía aquel trato, pero incapaz de intervenir para defender a la muchacha, el miedo que mi madre despertaba en mí aumentaba con la convivencia diaria. 

Lo que pasó entre Altagracia y Carlos jamás lo supe, aquella noche mi madre me mandó a dormir a casa de una vecina y jamás me atreví a preguntar nada sobre Clara o sobre sus hijos, sólo sé que a la mañana siguiente en mi casa reinaba la paz y que mis padres parecían quererse más que nunca, todo eran sonrisas y buenas palabras, dando por olvidada la idea de mi madre de un hogar de acogida para mi futuro hijo y para mí. Nos quedaríamos con ellos, que es donde debíamos estar, juntos como una familia feliz. 

Me da miedo pensar en lo que ocurrió esa noche, dos seres llenos de tanto odio y veneno enfrentados pueden ocasionar más destrozos que un huracán. 

A Paula sólo le contaré que tiene otros dos hermanos pequeños, y que cuando crezcan los conoceremos, o al menos lo intentaremos. Los gritos, las peleas y la pena me los guardaré para mí; si con ello consigo alejar el sufrimiento de su vida, lo haré, quiero hacerlo, se lo merece. 

¡Por fin mi cuerpo ha dejado de sentir, el dolor ha desaparecido! Ya nada importa. Cerraré los ojos y viajaré al regazo de mi querida Mamma.

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miércoles, 12 de junio de 2013

Este jueves, un secreto


Siempre renegué de las citas a ciegas. Todo ese ritual absurdo que las envuelve, me provoca desazón y vergüenza. Cómo ilusionarme ante la perspectiva de un encuentro con alguien al que no conozco, por quien no siento nada. Sin embargo con ella, es diferente, cierto que me consideraba demasiado joven para que se fijase en mi, y en un principio su interés me asustó, pero ahora que llevamos meses observándonos en la distancia, la idea de conocerla me atrae. Nuestro secreto por fin será descubierto, todo el mundo conocerá su interés por mí, oculto hasta hoy. Como caballero, debería dejar que fuese ella la que eligiese el momento y el lugar, pero no puedo ni quiero aplazar por más tiempo nuestro encuentro. Mi cuerpo, enfermo y sin fuerzas, se encoje entre las paredes de una diminuta bañera. La tibieza del agua que la desborda, logra suavizar levemente el dolor de la cuchilla al sesgar la piel de mis muñecas. Ahora sólo queda cerrar los ojos y acudir a su lado.


Más secretos en el blog de Sam 


jueves, 6 de junio de 2013

Este jueves;leyendas urbanas



La luz plateada procedente de la luna, se filtraba entre las ranuras de la persiana, creando en las paredes del pasillo siluetas deslizantes sin forma definida.

El silencio que envolvía la casa, multiplicaba los leves crujidos de la madera bajo sus pies, al descender por la escalera.

A pocos pasos ya de su destino, los remordimientos afloraron sin control.

Conocía mejor que nadie las consecuencias de sus actos, por desgracia no era la primera vez que sucumbía a sus instintos. Sabía que a la mañana siguiente hasta el último centímetro de su piel se arrepentiría de ello, ¿pero qué podía hacer? ¿Cómo controlar aquella necesidad interior que bramaba por ser saciada?

Con un leve suspiro, asumió su debilidad y continuó con su plan.

Sin encender la luz, no deseaba testigos, abrió la puerta del armario y con precisión de cirujano alcanzó su objetivo.

Mientras su boca se llenaba de aquel dulzor amargo por el que perdía la cabeza pensó; “eso de que el chocolate engorda, seguro que es una leyenda urbana”