viernes, 21 de marzo de 2014

"Y por fin, el silencio" desde los ojos de una escritora


Esta es la opinión de mi compañera escritora y juevera Carmen Andújar Zorrillasobre "Y por fin, el silencio" gracias maja.

La historia de la inspectora de policia Elisa, que le toca investigar unos asesinatos donde la mayoría de sus víctimas aparecen con las cuencas de los ojos vacias. Una inspectora martirizada por sus recuerdos infantiles que le marcarán toda la vida., sólo aliviada y esperanzada por dos grandes amigos. Una historia de amor con una barrera infranqueable que no permite consumarse. Una historia de amistad que no ha podido o no ha querido estar a la altura y una historia de ambición nunca satisfecha.Todo esto resuelto con una gran agilidad expresiva, donde logra transmitir la gran riqueza de todos sus personajes, Teo, Lucas, Mª Antonia y Elisa. En todos ellos está muy bien desarrollada su personalidad llena de matices. El paso de pasado a presente para entender todas las situaciones que se presentan, lo consigue de una manera ágil y sencilla.
Es una gran novela. Te deseo mucha suerte amiga".

sábado, 1 de marzo de 2014

¿Quieres conocer a la inspectora Elisa Antuña?

25 de octubre 2012
El irritante sonido del teléfono acalló las conversaciones, a media voz, de la sala de espera. Miradas cargadas de reproche rodearon a Elisa mientras sacaba el aparato del bolsillo de su chaqueta. Sin prisa, la mujer abandonó el asiento y buscó intimidad en unos de los ventanales que iluminaban la estancia.
En la pantalla, el nombre de Lucas parpadeaba con insistencia. Respiró hondo y descolgó.
–Hola, compañero –respondió entre susurros.
–¿Dónde estás? Acabo de llamar a la comisaría y me dijeron que hoy no pasarías por allí. ¿Algún problema?
–Todo bien –mintió–, estoy de papeleos con la administración, nada importante, burocracia; como en estos sitios nunca puedes calcular el tiempo que vas a necesitar para cada trámite, decidí cogerme el día y así no tengo que correr.
–Necesito hablar contigo –pidió Lucas.
El cuerpo de la mujer se tensó. El tono de voz de su amigo resultó más apremiante que sus palabras. Las últimas semanas repletas de pruebas y visitas médicas resultaron algo confusas, y apenas había pensado en aquella maldita fecha, pero ahora algunas imágenes del pasado, encerradas en la oscuridad de su mente, regresaron a sus recuerdos mientras preguntaba:
–¿Ha vuelto a pasar?...
–Sí –respondió Lucas.
–Mierda, maldita sea.
Elisa se alejó el móvil de la cara, no quería saber más. Al menos no ahora, no justo en el mismo instante en el que su futuro se decidiría. Qué tontería, como si con un simple gesto se lograsen espantar los fantasmas que deciden regresar.
–¿Ely, sigues ahí? –la voz de Lucas se filtró a través de sus dedos, provocando miradas indiscretas.
–Sí, estoy aquí –respondió mientras cubría por completo el teléfono y la boca con las manos. Con voz neutra y firme, acostumbrada a dar órdenes, inició el interrogatorio.
–¿Qué se sabe hasta ahora?
–Mujer blanca, treinta y pocos, metro sesenta y cinco. La causa de la muerte aún está por confirmar, en la inspección ocular se apreciaban marcas alrededor del cuello que...
–¡Elisa Prada: puerta cuatro!
Sin dejar de sujetar el teléfono, Elisa se giró hacia aquel tono de voz deshumanizado y carente de la más leve empatía. Sus ojos encontraron bajo el quicio de la puerta número cuatro a una joven enfermera, de cuerpo llamativo y bello rostro.
–Lucas, tengo que dejarte –se disculpó–, en cuanto llegue a casa te llamo y hablamos con calma.
Sin esperar respuesta, colgó el teléfono y dirigió sus pasos en dirección a la consulta, mientras se preguntaba qué motivo llevaría a aquella muchacha a comportarse de una forma tan fría. Quizás su trabajo exigía esa actitud; dentro de aquellas paredes las peores pesadillas de mucha gente se veían confirmadas, quizás el dolor ajeno fuese tan fuerte que necesitase una coraza para
que su propia vida no se viese dañada. O simplemente la tipa era una auténtica zorra insensible, más preocupada por la mechas del pelo que por la existencia de sus semejantes.
Tras cerrar la puerta de la sala, Elisa dirigió una mirada de desprecio hacia la enfermera, intentando crear un recuerdo de aquel rostro; nunca se sabe, la vida da muchas vueltas y tal vez el destino tuviese reservado otro encuentro para las dos mujeres.
–Por favor, siéntese –la sugerencia partía del médico de turno, doctor Robles, según leyó Elisa en la bata–. Lo siento, las noticias que debo comunicarle no son muy buenas. Los pólipos intestinales analizados son cancerígenos. Sus molestias de los últimos meses, la falta de apetito, el estreñimiento, el dolor abdominal…, son causados por esas tumoraciones.
Elisa permaneció impasible al escuchar la sentencia. Toda una vida dedicada a controlar y ocultar sus verdaderos sentimientos permitían a la mujer convertir su rostro en una máscara sin expresión.
El silencio inicial de sus pacientes ante una noticia como aquella era habitual.
–El cáncer de colon que padece –continuó el sanitario– detectado a tiempo, tiene un porcentaje de curación muy elevado. En la mayoría de los casos, en una sola operación podríamos eliminar el tejido dañado y controlar la enfermedad con unas sesiones de quimioterapia…
El doctor interrumpió sus palabras, la inexpresividad de Elisa comenzaba a incomodarlo. Acostumbrado a que la gente se derrumbase ante sus palabras, sabía hacer frente al drama ocasionado por un diagnóstico de este calibre, pero desconocía la actitud correcta ante la frialdad que mostraba Elisa.
–Aunque en su caso –continuó–, las pruebas nos muestran que el cáncer se encuentra ya en estadio cuatro, hay metástasis en el hígado y en el pulmón. Deberíamos hacer un par de pruebas más, para saber si también en los huesos.
–¿Cuánto tiempo me queda? –preguntó Elisa, sin modificar ni un ápice su expresión.
–Es difícil predecir algo así –se excusó el médico rebulléndose en el asiento–. Como le decía, necesitaríamos hacer más pruebas, y también hay que tener en cuenta que esto no es una ciencia exacta…
–¿Cuánto tiempo me queda, antes de que los dolores me impidan tener una vida normal? –interrumpió Elisa–. No pido fechas concretas, solo una aproximación.
–Dos o tres meses, no mucho más –respondió el doctor Robles fijando sus ojos en la mujer.
–Bien, gracias –dijo Elisa levantándose del asiento y encaminándose hacia la puerta.
Al ver que su paciente se alejaba sin más, el doctor se apresuró a garabatear unas frases en un formulario.
–Entregue este volante en atención al paciente para que le asignen cita la semana que viene; debemos hablar del tratamiento paliativo, es positivo que usted conozca las diferentes etapas a las que se va a enfrentar.
Veremos si ante una visión de tu futuro cercano eres capaz de mantener esa frialdad, pensó el muy cabrón. Había dañado su orgullo el hecho de que ella no reaccionase como él esperaba.
Agarrada a la manilla de la puerta, Elisa se giró al oír las palabras del médico.
–Ya tengo toda la información que necesito, no me haga perder el tiempo, no dispongo de mucho.
Sin más, cerró la puerta y se fue.
Con la mirada perdida, Elisa se concentró en un único propósito, abandonar aquel maldito lugar. Necesitaba huir, regresar a la seguridad de su casa, hundirse en la bañera llena de agua caliente, que amortiguase el dolor y eliminase aquel maldito olor a desinfectantes, enfermedad y humanidad que impregnaba cada centímetro del edificio.
Con la primera bocanada de aire libre, se liberó por fin. Las palabras del médico cobraron toda su identidad. Dos, quizás tres meses, a eso se reducía el futuro, a un puñado de días y horas. ¿Y ahora qué? ¿Qué debía hacer? ¿Con quién compartiría esa información tan valiosa? Elisa no sabía qué pensar ni qué sentir.
Un escalofrío, fruto de los primeros aires del otoño que amenazaba con cubrir la ciudad, obligó a la mujer a buscar refugio entre los pliegues de la ropa. Sus manos grandes, de dedos largos y huesudos, pelearon por introducirse en los bolsillos atestados de su chaqueta. La cartera, las llaves de casa, del coche, el móvil, la placa y un sinfín de objetos variados tintineaban entre sus ropas a cada paso.
Al acariciar el teléfono con la punta de sus dedos, Elisa recordó la última llamada recibida. Necesitaba olvidar los últimos minutos, y para ello nada mejor que sumergirse de nuevo en el trabajo. Sin esperar a llegar a casa, marcó el número de Lucas.
–Hola, compañero. Perdona por colgarte; es que era mi turno y no me apetecía tener que volver a ponerme a la cola –mintió de nuevo Elisa.
–No te preocupes, ¿ya has terminado?
–Sí, ya está todo solucionado –deseosa de cambiar de tema, Elisa centró la conversación–. Antes te escuché que la muchacha era blanca, treinta y pocos, posible muerte por estrangulación. Ahí me quedé…
–Estamos a la espera del informe del forense, tenía señales claras en el cuello.
–¿Y los ojos? –la respuesta ya la conocía, pero resultaba una pregunta obligada.
–Igual que a las otras, arrancados, aún no se sabe si después de muerta; y por ahora los compañeros no los han encontrado en el escenario.
–¿Habéis identificado a la muchacha?
–Todavía no, el cuerpo apareció esta madrugada en una obra, lo descubrieron el encargado y uno de los obreros. Creo que ambos tendrán pesadillas durante años. El equipo aún está en la zona recogiendo pruebas.
–En cuanto sepamos quién es, podremos confirmar el color de sus ojos.
–¿Tienes alguna duda? –preguntó Lucas, los nervios acumulados esperando la llamada hicieron que su tono se elevase.
–Tranquilo, será mejor esperar –el intento de Elisa para tranquilizarlo no funcionó.
–Es él, bueno… o ella; joder, ni siquiera sabemos si el asesino es un hombre o una mujer, no sabemos nada y esta es la tercera víctima, porque estoy seguro de que no es una coincidencia.
–Será mejor esperar a que te envíen el informe completo del forense. Cuando lo recibas, me lo mandas y los comparamos con los de las otras dos chicas.
–En cuanto lo tenga, te aviso. Si quieres, en lugar de enviártelo a la comisaría, podemos quedar en mi casa, llevo dos meses destinado en Madrid y aún no conoces mi cueva –sugirió Lucas en un tono más relajado.
–Dos meses ya, qué rápido pasa el tiempo –un agudo dolor en el estómago acompañó esa reflexión.
–Te recuerdo que cuando tú lograste el ascenso a inspectora, Arturo y yo te preparamos una fiesta sorpresa; y a mí ni siquiera una simple tarjeta, y eso que pedí el traslado a tu ciudad para facilitarte las cosas –bromeó Lucas.
–Tienes razón- afirmó Elisa- El primer fin de semana que Arturo tenga libre, celebraremos tu nuevo cargo por todo lo alto. Pero antes no estaría mal que por una vez tú cocinases para mí. Perdí la cuenta de cuántas cenas me gorroneaste cuando vivíamos en Palma.
–También te recuerdo que yo era un pobre muchachito recién salido de las faldas de su madre y sus hermanas – rio Lucas.
–Es cierto. –A pesar del dolor, Elisa no pudo evitar que una sonrisa aflorase al oír las palabras que, años atrás, escupió a su compañero en una de sus muchas discusiones por la limpieza del piso que compartían–. Es que eras un desastre completo, no lo puedes negar.
–Vale, vale, pero he mejorado mucho. Eva ha conseguido pulirme, estoy seguro que te impresionaré con mis dotes de amo de casa.
Escuchar el nombre de la novia de Lucas hizo que la magia del momento desapareciese para Elisa.
–Genial –disimuló–, llámame con lo que sea, ahora tengo que dejarte.
Apenas sus manos regresaron al cálido refugio de sus bolsillos forrados, cuando una nueva llamada atronó sus pensamientos. Con desgana miró la pantalla del teléfono. Era su madre, ¿para qué la querría? Si sus cálculos no fallaban, hacía casi tres meses que no hablaban.
Sin dudar un instante, Elisa metió de nuevo el móvil en la funda y lo alejó hasta el bolsillo trasero del pantalón, dejando que sonase. Imposible afrontar aquella llamada sin antes prepararse. Para ello, nada mejor que un baño relajante, una buena cerveza y un sofá cómodo y acogedor en el que hundirse a zapear mientras escuchaba sus recriminaciones.
Por la calle, imposible, y menos en un día como aquel.

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