Colocada en su refugio, a salvo de tropiezos en la oscuridad, mi ciudad duerme tranquila, silenciosa y agotada tras un día de acción.
Me desvelo pensando dónde despertaré mañana, si subido a la torre de un castillo, o quizás en el tejado de un rascacielos.
Sólo las manos de mi dueño tienen esa respuesta, sólo sus pequeños dedos, son capaces de formar un mundo mágico al ensamblar pequeños trozos de plástico, carentes de forma en solitario, en toda una aventura.
Sólo su orden sabio y sin prejuicios permitirá que en mi ciudad cualquiera pueda vivir tranquilo, sin importar su color, su forma, su tamaño.
En mi ciudad, todos los juguetes son bien recibidos.
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