La gran
olimpiada
-¿Carlos? ¿Carlos, eres tú?
-¿Jaime?;
pero qué alegría, hombre.
- Carlos,
¡cuánto tiempo!, te veo muy bien. -Jaime escrutaba el cuerpo de su amigo, no sin cierto
pudor.
- Estoy bien, un poco más
bajito -afirmó
Carlos con una sonrisa, esta era su broma recurrente cuando se encontraba con
los compañeros del pasado-; pero bien,
hacer deporte me mantiene así.
- ¿Es
que... sigues practicando deporte? -preguntó
su amigo. Su cara reflejaba una mezcla de incredulidad y compasión; una
expresión a la que Carlos era incapaz de acostumbrarse, aunque ahora, por lo
menos, lograba controlar su rabia y derivarla hacia el humor.
- Uff,
si yo te contase... Ahora más que nunca; desde por la mañana hasta la noche,
sin descanso.
Los labios de
Jaime se entreabrieron para dejar escapar todas sus dudas; algo en su interior
las retuvo, le avergonzaba parecer morboso.
-Pues
sí, hombre, sí -relataba
Carlos, entre divertido y resignado ante la actitud del que había sido, no
hacía demasiado tiempo, uno de sus compañeros de fiesta. Nada más despertarme,
comienzo a machacarme en casa. No me mires así, hombre, en mi apartamento tengo
instalado un pequeño gimnasio; no gran cosa, cuatro aparatos de nada. Lo que te
decía, nada más levantarme, antes incluso, empiezo mi rutina de entrenamientos.
Primero un ratito con las anillas, las tengo colgadas del techo, justo encima
de mi cama. Para no perder el tiempo las
coloqué allí y así en lugar de desperezarme sin más, pues ya trabajo los
músculos de brazos y espalda. Luego un poquito de yoga y equilibrios antes de
desayunar; es buenísimo para el espíritu, te permite alcanzar un nivel de
coordinación que impresiona. Sí, sí, te recomiendo que lo intentes, prueba a
ponerte unos vaqueros sentado, es divertidísimo, mientras con una mano los
introduces por las piernas, con la otra debes izar el trasero para ir subiéndolos poco a poco, alucinante.
Pues lo dicho, una relajación y una coordinación cuerpo mente que ni te crees.
-Lo intentaré -respondió
Jaime a media voz, aunque ya sabía antes de pronunciar aquellas palabras que acababa de decir una verdadera estupidez.
-¿Recuerdas
lo mucho que me gustaba jugar al billar?, mi puntería ha mejorado muchísimo.
Bueno, quizás la técnica no es la misma, pero ahora el taco lo uso todos los
días, incluso varias veces. El que poseo ahora es algo más corriente que el que
tenía cuando practicábamos para los campeonatos, ese me lo robaron; sí, lo dejé
en el ascensor. ¿Olvidado?; no, es que lo necesito para volver a casa, para
marcar el botón, y se me ocurrió dejarlo dentro hasta que volviese de la
compra, y claro... ya no lo encontré. El de ahora es de fabricación casera,
transformé un palo de escoba en mi taco mágico; con este no ganaría ninguna partida,
pero me permite regresar a mi piso. Bueno, de todos los deportes que ahora
practico, quizás el que más me gusta es el slalom,
es una pasada, el vértigo de la velocidad, el aire revolviendo tu pelo, el
riesgo de estrellarte contra la puerta de la calle... Impresionante, es total.
Algunos días me centro en el de obstáculos; otros no, depende de si algún
vecino gracioso decide aparcar su carro de la compra en la rampa, o si la
limpiadora deja su cubo de fregar en ella, cada nuevo día es una sorpresa para
mí. Tampoco tiene desperdicio el tema de la escalada; sí, por la misma rampa
claro, es que los tipos que la diseñaron no recordaron ese refrán que dice,
“todo lo que baja sube”. Bueno, es al revés; es que si no, no me sirve para la
explicación.
-Perdona,
es que… tengo un poco de prisa, he quedado -balbuceó Jaime Mientras se
disculpaba, no podía dejar de pensar en aquella maldita noche; aunque poco
recordaba, habían salido como tantas veces y bebido como tantas veces. Lo que
jamás podría olvidar era el dolor de cabeza y la resaca tan horrorosa que casi
le impedía despegar la lengua del paladar, cuando le llamaron para contarle el
accidente de Carlos, una curva convertida en recta, demasiada velocidad,
demasiado alcohol. Casi se mata. Jamás le visitó en el hospital, ni luego en su
casa; su aprensión a las enfermedades le hacía pensar que todas, incluso los
accidentes, se podían contagiar.
-No te
preocupes, compañero, a mí todavía me quedan los deportes de exterior, aunque
hoy por la mañana me encuentro un poco flojo y solo me dedicaré a los saltos de
obstáculos, un par de calles con su aceras y coches mal aparcados y vuelta a
casa con el pan. Adiós, amigo, cuídate, ya nos vemos por ahí otro día.
-Adiós - acertó
a decir Jaime mientras alzaba su mano en señal de saludo. Sin esperar ningún
tipo de respuesta, Carlos ya había girado su silla de ruedas, dándole la
espalda.
Las
palabras de su amigo, maldiciendo y pidiendo una silla como la suya para el
dueño del coche aparcado sobre una rampa que le impedía descender por ella, le
hicieron volver a guardar las llaves de su flamante todo terreno, a la vez que
apuraba el paso para alejarse lo más posible de aquel lugar; mejor se iba a
tomar algo y luego, cuando la mala suerte hubiese pasado, regresaría a por su
coche.
Esta semana el texto ha quedado un poco más largo de lo habitual, pero era una historia que me parecía se adaptaba a la propuesta juevera. Para poder hacer más ejercicio pasaros por casa de Os relatos pasaxeiros