Cristales salados manaban con rabia de sus ojos entreabiertos. Cómo imaginar durante los años que suplicó por recuperar la belleza de la luz y los colores, que la rabia y el dolor serían sus primeros sentimientos al conseguirlo. Su mente, furiosa, se rebelaba contra el reflejo inmisericorde del espejo.
Aquel no era su rostro.
Con manos temblorosas apartó el maldito artilugio y apretó en vano sus ojos, en un desesperado intento de regresar a la reconfortante oscuridad, que permitía a sus recuerdos devolverle la imagen soñada de sí misma.
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