Familiar
de Mamma
Estimado Carlos:
Espero que al recibo de esta misiva tanto usted como
los suyos se encuentren bien de salud.
Me entristece el motivo de estas letras, que no es
otro que comunicarle el triste fallecimiento de su madre.
El martes pasado sus ojos se cerraron por última vez
en la casa familiar, acomodada en su alcoba, como era su deseo.
Sin más molestias, me despido transmitiéndole mi más
sentido pésame tanto a usted como a sus seres queridos.
Su familia de acá cuidaremos de las pertenencias de
su santa madre mientras usted no disponga su destino.
Un atento saludo.
Regina
Cuando
el maestro Santiago me leyó la carta sentí un escalofrío en todo mi cuerpo, yo
no sé apenas escribir y no es mi intención criticar a una persona tan culta
como el señor Santiago; pero al escucharle, a mi corazón no le llegó el calor,
el cariño y la pena que deseaba transmitirle a mi primo. Al pedirle que me
escribiese una nota avisando a Carlos de la muerte de su madre, me imaginé algo
distinto, yo pretendía que hablase de Mamma, de sus muchas virtudes, de lo
tristes que nos sentíamos sus familiares, de lo vacío que se encontraba el
pueblo sin ella..., quizás mi incultura
me impida comprender lo imposible que es dejar en una pequeña hoja de papel el
enorme vacío provocado por la pérdida de un ser mágico como Mamma.
Vivimos
en la provincia de Azua, al suroeste de la República Dominicana.
Nuestro pueblo se encuentra en la bahía de Ocoa, rodeado de lo más bello de la
naturaleza; montañas verdes y frondosas con altas cumbres de la Cordillera Central
y la Sierra de
Martín García y playas de arena fina y aguas transparentes que forman la Bahía.
Para
entender la historia de nuestro pueblo hay que
retroceder a la época de mis bisabuelos, el inicio de nuestra aldea fue
la unión de un haitiano fugado de su país —para no convertirse en esclavo de la
caña de azúcar, como el resto de su familia— y de una dominicana alegre y
decidida, fruto de una tierra dura, a la que ningún contratiempo conseguía
doblegar.
Mis
bisabuelos tuvieron 18 hijos, esto puede variar según a quien se pregunte, lo
que va pasando de boca a boca a veces se cambia sin querer. En aquella época las autoridades pedían a la
gente que acudiese a la capital, Compostela de Azua, cada vez que tuviesen un
nuevo muchachito para apuntarlo en unos enormes libros, pero aunque era
obligatorio las gentes de los pueblos casi nunca lo hacíamos, un viaje tan
largo y tan cansado sólo para decir que teníamos una nueva criatura en la casa
no tenía mucho sentido; se hacía algunas veces, para que no nos castigasen las
autoridades, pero no con todos los nacimientos, por eso es tan complicado saber
de verdad el número de criaturas que nacieron en casa de los bisabuelos.
Una
de ellas fue mi abuela paterna Gladys y otra, Mamma.
Mi
bisabuelo Ismael era un hombre de casi dos metros de altura y músculos marcados
y duros como su propia vida, o así lo recordaban sus hijos y nietos, al oírles
hablar de él uno se imagina a un gigante capaz de derivar un árbol solo con sus
manos, a veces pienso que las historias que se cuentan son un poco exageradas
por el cariño, de él se dice que era capaz de trabajar desde el amanecer al
anochecer en Puerto Viejo, realizando todo tipo de tareas en los barcos:
descargaba petróleo, ayudaba en los barcos de pesca, pintaba o reparaba barcas,
cualquier cosa que le permitiese ganar algo de plata, sin que una sola gota de
sudor recorriese su cuerpo, él solo
hacía el trabajo de cuatro hombres adultos.
Toda
su fuerza, empleada en el trabajo y en las duras tareas de la casa, que él construyó con sus manos ampliándola a la vez
que crecía su familia, se convertía en ternura y mimos cuando se acercaba a su
mujer y a sus hijos.
Sus
pequeños eran su debilidad, cada nuevo embarazo suponía un motivo de fiesta en
aquella casa cada vez mas repleta. Jamás faltó comida, ni ropa, ni un techo y
no sólo para su familia, sino para cualquiera que lo necesitase.
Ayudaba
a sus convecinos, negándose siempre a que le pagasen; los favores no se cobran,
simplemente se hacen y se olvidan, esa era su forma de vivir y de pensar y así educó a sus
pequeños.
Por
todo eso, no es raro que el día de su muerte la presencia de tanta gente en el
pueblo provocase que los militares apareciesen en la iglesia para comprobar,
con sus propios ojos, que todo aquel alboroto lo causaba el entierro de un
hombre, y que no se trataba de una revuelta de campesinos. Nunca volví a
ver tanta gente reunida llorando por la
pérdida de un buen amigo.
Nadie
sabe cuántos años vivieron juntos los bisabuelos, ni la edad que tenían cada
uno, o la fecha de cumpleaños de sus muchachitos, para ellos ese tipo de
fiestas no tenían sentido; en sus vidas no era necesario buscar una disculpa
para reunirse y disfrutar, cada amanecer abrazados era suficiente motivo de
alegría y así se lo enseñaron a sus pequeños. Si del bisabuelo Ismael resaltaba
su altura y su fuerza, de mi bisabuela Maruca era su sonrisa, su boca grande,
de labios carnosos y dientes perfectos. Ella ofrecía una imagen de felicidad
completa, que la acompañó hasta la muerte de su marido. Con su pérdida, la luz
se apagó en su vida para siempre. La ilusión por ver un nuevo amanecer
desapareció tras Ismael y ella decidió seguirlo para poder estar juntos, antes
que vivir sin su adorado esposo.
Mis
bisabuelos enseñaron a sus hijos a vivir de su trabajo y de su esfuerzo; desde
muy pequeñitos, todos debían colaborar en las tareas de la casa, cada uno según
su edad, y fuerza. La división de esas tareas se hacía en función de su sexo: a
los varones les tocaba acompañar a su padre al puerto y trabajar en cualquier
oficio por el que les pagasen, mientras las muchachas permanecían en la casa,
ayudando a su madre en la cocina y la costura, además de en el resto de tareas
domésticas y de labranza.
Maruca
era físicamente lo opuesto a su marido, corta de estatura y larga de peso, con
brazos y piernas gruesas como árboles que recordaban a los troncos de las
palmeras que rodeaban la playa. Recuerdo su sonrisa el día que con una cuerda
rodeando su cintura comprobó que esta medía dos veces la del bisabuelo Ismael,
qué divertido le parecía. Ver aquellas manos gruesas y pesadas transformando
metros de tela en prendas de abrigo, colchas, cortinas, o bordando sin
descanso, era lo normal cuando visitabas su casa.
Durante
las tardes y noches de costura, rodeada de todas sus hijas, contaba historias
de sus antepasados en las que mezclaba personajes humanos con otros divinos e
inventaba leyendas fantásticas que mantenía la atención de toda su familia
durante horas. Cuando su marido y los muchachos terminaban de trabajar, volvían
corriendo a la casa para sentarse alrededor de Maruca y escuchar, sin perder
detalle, los cuentos que ella inventaba. Jamás nadie tuvo un público tan fiel.
Los
años fueron pasando con sus penas y alegrías, pero siempre con la familia
reunida, mis bisabuelos creían que cualquier problema presente o futuro tendría
solución si estaban juntos.
Esta
idea siguió clavada en el corazón de sus hijos, llevándolos a crear nuestro
pueblo, que no es otra cosa que un grupo de casas alrededor del lugar donde vivían los bisabuelos. Cada hijo
que se casaba buscaba un trozo de tierra donde colocar su pequeño hogar, que no
estuviese muy alejada de la de sus padres, para poder estar cerca.
Es
curioso, nunca había pensado en que no tiene un nombre, para nosotros es el
pueblo, sin más, aunque no aparezca un cartel a su entrada con un nombre por el
cual lo conozcan las gentes de los pueblos vecinos. Para las autoridades no
existimos como tal, pero sinceramente a las gentes de aquí eso poco nos
importa.
De
todas las hermanas de mi abuela la única que tuvo interés por la costura fue
Mamma. Desde muy pequeña demostró que podía ser mejor que su madre. Con los
años, acudían a su casa gentes de los pueblos vecinos para que les hiciese sus
vestidos de boda o sus ropas de cama, sabiendo que nadie en los alrededores los
haría mejor. De todos los lugares de la provincia llegaban mujeres con fotos de
vestidos sacados de las revistas de moda, para que Mamma los copiase; para ella
una sola mirada era suficiente poder hacer uno igual al de la fotografía.
Físicamente,
Mamma era una mezcla de sus dos abuelos, fuerte y alta como Ismael y rechonca
como Maruca; su carácter tímido y retraído sufría con las miradas que la gente
lanzaba a aquel cuerpo tan poco común en una muchacha. Sé por mi madre que de
jovencita las fiestas y reuniones sociales eran para ella un sufrimiento. Ella
prefería la tranquilidad de su casa, rodeada de telas, hilos y botones; si
hubiese podido pedir un deseo, estoy segura de cuál hubiese sido: poder ser
invisible, para caminar a sus anchas por la calle sin que nadie se fijase en
ella.
Todos
en la familia creyeron que se quedaría soltera. ¡Cómo encontrar marido
escondida día tras día bajo colchas y sábanas bordadas!
Pero
en esta vida suceden encuentros que nos enseñan lo mucho que desconocemos de
las personas con las que vivimos. Cuando Mamma tenía una treintena de años, y
en su pelo negro y rizado ya aparecían las primeras canas, su vida cambió.
Varias
veces al año llegaban al pueblo vendedores ambulantes desde la capital, los
caminos que rodeaban el pueblo eran poco seguros y en las épocas de lluvias
casi no se podía caminar por ellos, por eso estábamos obligados a depender de
estos hombres para comprar ciertos productos y tener noticias más o menos
recientes y más o menos ciertas de lo que pasaba en el resto del país. Todos
sabemos que no se debe creer lo que te cuentan si tú no puedes comprobarlo;
pero bueno, estos chismes nos servían para entretenernos un rato al no tener
otras diversiones.
Estos
hombres solían ser los mismos cada año; era un trabajo duro y no ganaban mucha
plata en cada viaje, así que sabíamos que con los años dejarían de venir al
pueblo.
El año que Mamma cumplía 32 años, el comerciante
de telas llegó al pueblo con un ayudante. Se llamaba Samuel y era el hijo de su
hermana, le acompañaba para conocer el oficio y así poder ocuparse de él cuando
su tío se jubilase. Para el muchacho ser observado por todo el pueblo era peor
que si le quemasen, era muy tímido y no le gustaba la gente, mientras su tío
nos contaba quién era y por qué estaba allí, su cara se volvió roja como el
fuego. Su cuerpo delgaducho y blanco parecía transparente, mientras cientos de
ojos miraban su piel esperando ver cómo se rompía en mil pedazos ante el
esfuerzo de descargar los rollos de telas que permanecían en el viejo carro.
Apenas
fue capaz de alzar la voz para saludarnos, se notaba que la gente no le gustaba
y todos nos preguntábamos cuánto tiempo tardaría en desmayarse de los puros
nervios.
Mamma
miraba lo que estaba pasando desde una esquina de la calle, alejada de sus
vecinos, sabiendo lo que el muchacho sufría porque ella lo vivía cada día.
Nunca nadie supo ni cómo ni cuándo se hablaron por primera vez, pero al cabo de
cuatro días Samuel le dijo a su tío que se quedaba en el pueblo, tenía novia,
quería casarse y vivir allí; su idea era abrir una tienda en el pueblo desde la
que vender los productos que su tío le enviase desde la capital. El viejo
comerciante aceptó y se marchó deseándole lo mejor en su nueva vida y encantado
de no tener que volver a viajar en su viejo carro por aquellos caminos; desde
ese momento su lugar estaría en la ciudad, jubilaría a su vieja mula, que falta
le hacía, y compraría un camión con el que mandar los productos a su sobrino.
Mamma
y Samuel se casaron
a las dos semanas, sin que nadie lo supiese —cómo
pensar que dos físicos tan diferentes pudiesen gustarse—. Fue una boda
sencilla, sin invitados, ni público, solo los novios y el cura, sin miradas que
molestasen.
Su
vida juntos fue larga y tranquila, sus sueños eran parecidos, y la manera de
conseguirlos también.
Sólo
una nube oscurecía sus días, los muchachos que tanto querían los dos no
llegaba. Mamma tuvo varios abortos que la llenaron de miedo y vergüenza al no
poder darle a su esposo unos muchachitos sanos y fuertes que correteasen por la
casa; vergüenza por no ser una mujer como las demás y miedo a que él la
abandonase.
Cuando
la esperanza de tener un bebé propio había desaparecido, nació Carlos. Con su
llegada, la felicidad de Samuel fue tanta que el día del bautizo organizó una
fiesta para toda la familia, es decir para todo el pueblo, hasta pudo realizar
un brindis con miles de ojos fijos en él sin que le temblase la voz. Todos los
vecinos estaban asombrados con esa valentía.
Desde
que el muchachito nació, sus padres centraron su vida en él, todo era poco para
su pequeño, nada podía faltarle, era el rey de la casa, y tanto lo mimaron que
con los años —creo yo— se arrepintieron. Carlos creció rodeado de todo lo que
deseaba; antes incluso de saber que lo quería, su madre se adelantaba a sus
caprichos, no dándole tiempo a pedir las cosas.
El
tiempo pasa muy deprisa y cuando Mamma y Samuel se dieron cuenta descubrieron
que en su casa yo no vivía un muchachito, sino un hombre de 16 años alto y con
los ojos y el pelo claro y una voz encantadora que enamoraba. Ni en su físico
ni en su manera de comportarse se parecía a sus padres.
Carlos
descubrió, ya muy joven, su poder sobre las muchachas. Primero con su madre, de
la cual conseguía todo lo que quería, y después de mujeres que encontraba por
la calle y que con una simple sonrisa le daban chocolatinas y dulces.
Durante
su juventud dedicaba todo su tiempo y esfuerzo a enamorar a muchachas del
pueblo. Su padre intentó que trabajase con él en la tienda, para que continuase
con ella cuando él faltase, pero no consiguió que el muchacho mostrase ningún
interés por el trabajo. Samuel no sabía qué hacer; se enfadaba, le amenazaba,
pero no servía de nada, lo único que ocurría es que Carlos desaparecía un par
de días mientras Mamma se quedaba en casa llorando por si algo malo le ocurría.
Cuando el muchacho regresaba, cansado de sus correrías en otros pueblos, era
recibido como el rey que se creía y todo volvía a ser igual durante unas semanas.
Nada
bueno podía salir de esa situación y eso Samuel lo sabía, aunque nunca se
imagino algo tan horrible como lo que realmente pasó.
El
comportamiento loco de Carlos le llevó a preñar a una muchacha de un pueblo
cercano, de apenas 13 años. La familia, ofendida, le exigió se desposase con
ella para salvar el honor de la chiquilla. El loco del muchacho, en lugar de
calmar la situación, insultó a los hermanos y padres de la niña, riéndose de lo
sucedido y negándose a casarse con ella.
Aquel
error terminó con Carlos molido a palos y con la tienda de Samuel quemada con
él dentro. Fue horrible, los vecinos tuvieron que sacarlo a rastras para que no
muriese en el incendio, no quería dejar todo aquello por lo que llevaba tantos
años trabajando. La pérdida de su tienda fue un golpe muy fuerte para el bueno
de Samuel; sentía todo lo perdido, las mercancías, el dinero, los recuerdos,
pero sobre todo le dolía que el causante de tanto daño fuese su propio hijo.
Carlos
desapareció del pueblo sin que nadie le viese, su vida estaba en peligro y lo
sabía. Durante años no se supo nada de él, solo algún comentario llegaba de vez
en cuando le hacía en las minas del Norte.
Samuel
no volvió a trabajar, se pasaba el día mirando por la ventana y contemplando el
mar sin decir una sola palabra, el humo respirado en el incendio le había
enfermado sus pulmones y la traición de su hijo el alma. Nunca superó lo
ocurrido. Mamma lo odió durante años porque pensaba que era una injusticia
culpar a su hijo de que aquellos desalmados quemasen la tienda; tardó mucho
tiempo en saber lo que pasó en realidad, su familia no se atrevía a contarle
que el culpable había sido su propio hijo por desvirgar a una niña.
Cuando
Samuel agonizaba, mi abuela pensó que
Mamma debía saber la verdad, su marido no era el monstruo que ella se
imaginaba. Gracias a Dios la confesión se produjo a tiempo y Mamma y Samuel
pudieron decirse lo mucho que se querían antes de que él muriese. Todos
pensamos que se fue sintiéndose responsable por el daño que Carlos había causado.
Al
morir Samuel, Mamma pidió a Carlos que regresase a la casa Lo cierto es que
durante todos esos años ella siempre supo cómo localizarlo; aunque no lo hizo;
no deseaba que Samuel sufriese, le quería y no le obligaría a volver a ver a
Carlos, porque sabía que eso le causaría mucha pena.
La
vuelta de Carlos al pueblo sirvió para comprobar que no había cambiado nada, de
nuevo sus amoríos con muchachitas jóvenes crearon problemas en el pueblo.
El
embarazo de Altagracia, luego el de Aristea y la fuga con ella a España, las
peleas en bares y la falta de interés por ningún trabajo —no aguantaba
en ninguno más de un par de semanas— eran disgustos para Mamma, la cual se
sentía incapaz de frenar las locuras del muchacho .
Al
poco tiempo de marcharse Carlos a España, Altagracia lo siguió dejando a la
pequeña Miriam al cuidado de Mamma. Esa niña lo fue todo para ella, era su
segunda oportunidad para hacer las cosas bien, Dios le regalaba una hija. Se la
veía tan feliz, volvía a sonreír como en los primeros años de su matrimonio. La
muchachita era un encanto, dulce, cariñosa y amable con todo el mundo, pegada a
las faldas de su abuela, día y noche, no quería separarse de ella para nada.
Eran felices juntas. Supongo que ninguna de las dos se imaginó jamás que se
tendrían que separar.
Pero
así fue, la madre la reclamó desde España y nos tuvo que dejar; aún la recuerdo
agarrada a la ropa de Mamma, llorando y pataleando para no subirse al autobús
que la llevaría a la capital rumbo a su nuevo país. Al recordarlo los ojos se
me llenan de lágrimas, el dolor de esa pequeña te rompía el corazón. Mamma
soltó la manita que se agarraba a su ropa y sin decirle nada se dio media
vuelta y se alejó para siempre. ¡Cómo gritaba Miriam!, aun con la puerta del
autocar cerrada se podía oír llamando a su abuela; pero ésta no se giró,
continuó con paso lento hasta su casa, donde se encerró.
A
las dos semanas mi madre me mandó a visitarla para saber cómo se encontraba, la
familia estaba muy preocupada por su salud y temía que hiciese alguna tontería.
Cuando llegué a la casa, me encontré a Mamma en su mesa de costura, como
siempre la recordaré, atareada en su labor y sin prestar atención a lo que
sucedía a su alrededor. Al verla así respiré aliviada, todo parecía normal. Qué
tonta puede ser una muchachita joven, como lo era yo en aquellos tiempo; poco
tardé en darme cuenta que lo que veían mis ojos era sólo su cuerpo, su mente se
había perdido para no regresar jamás.
Desde
ese momento toda la familia se encargó de cuidarla, organizábamos turnos para
que nunca estuviese sola, le preparábamos la comida, vendíamos sus costuras,
que ella seguía tejiendo sin parar día y noche, y con ese dinero le comprábamos
lo que necesitaba para la casa y para ella.
El
cuerpo de Mamma, hecho para trabajar y sufrir, resistió mucho más tiempo que su
mente, pero nada supera el paso del tiempo, ni siquiera los mas fuertes vencen
a la muerte; en este caso a la muerte física, porque la del alma ya había
sucedido mucho tiempo atrás cuando tuvo que soltar la mano de Miriam de su
vestido, ropa que conservó en un baúl hasta su muerte.
Cuando
Carlos venga al pueblo a visitar la tumba de su madre me gustaría hablar de
todo esto con él, estoy segura de que su dolor se calmará al escucharme.